miércoles, 30 de octubre de 2013

Flor, como de gomita

Las aspas del helicóptero quebraban el viento enredando mi cabello, cuando aterrizábamos forzosamente en picada sobre el lado derecho del arroyo, sobre la piel seca del cañón. Sin embargo, ni polvo ni estruendo nos acompañaron, sólo el insipiente paro cardíaco mientras nos sentíamos descender.
A salvo pisamos uno a uno tierra firme, andando aligerados hasta el andén, donde la frescura de las amplias paredes nos reconfortaron e hicieron olvidar; hasta la mochila por la que luego tuve que volver.
Realmente era enorme, más parecido a una bodega de piso frío. Tan sólo contaba con baños y la puerta a un cuarto que cálidamente reconocí. Ahí estaba ella, siempre sonriendo, y detrás tú, arrasando contigo toda otra realidad. Me llevaste a tiempos atrás, pero eras el mismo, aun con la evasiva y la media sonrisa.
Todo tomaba su lugar; era como el puente sobre un desierto, la continuación, la unión de espacio y tiempo. Estaba sonriendo con todo el cuerpo. Así fue mientras nos acompañamos, con la música a nuestra espalda, con tu voz a mi derecha, con la flor que me obsequiaste apretada entre los dedos, sin jamás soltarla. Hasta que desperté.

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